Mabel Cañada Zorrilla: «Tenemos que darnos cuenta de que lo que estamos haciendo no es sostenible y no tiene salida»

LAKABE – Mabel Cañada Zorrilla (Bilbao 1952), suma cuatro legislaturas como concejal del Ayuntamiento del Valle de Arce, tres de presidenta de la Mancomunidad de Residuos Sólidos Urbanos Irati y cuatro décadas de vida en comunidad en Lakabe, pueblo ocupado y repoblado del que fue fundadora. Activista destacada en movimientos pacifistas, feministas y ecologistas, hoy centra su labor diaria en el trabajo por un mundo más sostenible, mientras decide con calma su continuidad al frente de estas entidades.

En su primera legislatura como concejal del Valle de Arce le encomendaron las basuras.

–Sí. Me cayeron las basuras hace dieciséis años cuando no había mancomunidad en esta comarca. Entonces, cada ayuntamiento le pagaba al de Aoiz por la gestión total: ordenar y cobrar recibos. En mi primera legislatura creamos la Mancomunidad.

¿Cómo llega a presidenta una concejal de un ayuntamiento pequeño?

–En la segunda legislatura me cayó prácticamente a dedo. Hasta entonces el presidente era el alcalde de Aoiz, pero cuando llegó Unai Lako repartió. Formamos gran equipo y levantamos la Mancomunidad. Los primeros cuatro años fue esto, crearla y trasladar la base de Urroz-Villa a Aoiz para mejorar las condiciones laborales.

¿Cómo se dieron sus primeras acciones?

–Con muchas ganas de trabajar y muy buen ambiente. Nos volcamos en dar un lugar de trabajo digno a las personas que allí trabajaban, dejar aquel lugar frío, sin luz ni agua y alquilar la nueva nave de Aoiz. Contratar a una técnica y comenzar con el compostaje, primero doméstico. En la primera tirada repartimos 400 compostadores. Después, colocamos contenedores amarillos y azules, ya que solo había verdes y duplicamos los de vidrio.

Afianzaron el trabajo y creció la plantilla.

–Nos dedicamos a trabajar cada vez más y nos propusimos hacer las cosas mejor y ayudar a la ciudadanía. Con 5 trabajadores en los camiones, 1 en el punto limpio, 2 en materia orgánica, una administrativa y 2 suplentes para rotar vacaciones. En total, 8 trabajadores, para 5.500 habitantes durante la mayor parte del año, 6.000 según estaciones, 2.500 recibos, con una tasa anual de 196 euros, 14 puestos de compostaje en 89 núcleos diferentes. De mayo a diciembre contamos con dos personas más porque recoger, picar y compostar la poda lleva mucho trabajo, pero nos aporta 150.000 euros de beneficio al año.

El compostaje es uno de los puntos fuertes de la Mancomunidad Irati.

– La Mancomunidad trabaja desde la legislatura anterior para que la materia orgánica se quede en el propio territorio y lo enriquezca, incluso con pequeño aporte económico para las personas que lo practican. Nos está costando muchísimo. Llevamos cuatro años para que el Departamento de Medio Ambiente entienda que para hacer una pila de compost en un prado que no supere las 50 toneladas al año no necesitamos ninguna infraestructura; que nos permita hacer esto de manera legítima. De esta manera, nos quedaríamos con nuestra materia orgánica en nuestro territorio. ¿Por qué ponemos tantos problemas para la materia orgánica? A veces la cosas más sencillas y básicas encuentran más obstáculos. Somos los que mejor cuidamos nuestros puntos de compostaje colectivo (14 en diferentes pueblos) y los que hacemos la mejor recogida selectiva. En esto también nos hemos empeñado como Mancomunidad, a pesar de que tiene un coste alto en mano de obra y vehículos para transportarla ya que hemos apostado por el vehículo eléctrico, en apoyo a la transición a una energía bioclimática. Somos una Mancomunidad pequeña con muchísimo kilometraje y altos gastos de gestión, y con una cuota individual de las más altas de Navarra. Si tuviéramos que pagar lo que cuestan los residuos, recoger, transportar y tratarlos, no pagaríamos 196 euros al año, sino 1.000.

Para hacer las cosas mejor había que concienciar a la ciudadanía. Ahí el papel de la Mancomunidad es fundamental.

– Desde luego, y desde la experiencia de todo este tiempo, mantenemos que lo que estamos haciendo no es sostenible, tal y como lo estamos haciendo, no tiene salida porque no se está cuestionando el consumo exacerbado con el consiguiente aumento de residuos y su diversidad. No hay donde reciclar todo lo que consumimos. Vamos a más en el volumen y en la diversidad. Pero hay que hacer más y mejor, porque muchas de las cosas que hacemos no están bien hechas. Hay que entender que tal y como vamos, va a llegar un momento en el que va será imposible recogerlo todo. Tarde o temprano hay que encontrar un sistema.

¿Y qué diría del comportamiento ciudadano?

–Las personas que se comprometen lo hacen bien, y eso que es casi imposible. Para reciclarlo todo tendría que haber 15 contenedores seguidos. Para eso tenemos el punto limpio que va por todos los pueblos. Hay mucha información generalizada pero poca personalizada. Es preciso hacer más y mejor. En este sentido, las ventajas de una Mancomunidad pequeña como Irati es que las trabajadoras hacen labor de campo, trabajo de acompañamiento, de hablar con la vecindad. Hemos trabajado los dos últimos años con el Consorcio de Residuos y Gobierno de Navarra para que se den cuenta de que esta forma de trabajar también hay que pagarla. No solo hay que pagar los kilos que recogemos, si no la labor que se hace para recoger esos kilos limpios. Por ejemplo, hay mucho plástico que no se recicla, y ha sido una pelea recogerlo, que la ciudadanía lo entienda. Nos vendieron el contenedor amarillo como el de reciclar los plásticos, pero es un error porque no todos los plásticos se reciclan y Ecoembes no admite todo, solo envases, y lo que no se recicla, nos penaliza.

¿Se premia el compromiso?

–Todos los que recogen la materia orgánica selectiva tienen un descuento del 10% en la tasa consorcial. Siempre es beneficioso. La ciudadanía es capaz de hacer cosas por un euro que no es capaz de hacer por el medio ambiente, la riqueza del mundo en el que vives. Desde mi filosofía me resulta difícil tener esta mentalidad, pero lo compruebo. La gente hace las cosas mejor por un pequeño ahorro en la tasa. Todavía tenemos una mentalidad muy mercantilista, muy del beneficio inmediato. De todos modos, estamos casi en el 90% de la población que selecciona la materia orgánicaHemos trabajado mucho para crear conciencia, y hemos obtenido muy buenos resultados.

¿Ha influido en ello la implantación de la moneda social Irati?

–Se nota algo, no mucho, si bien es cierto que hay gente que lo hace por los iratis. Pero en general, la ven más como un bono que como una moneda de uso cotidiano. La verdad es que cuesta. Si nos quedáramos sin dinero, si no tenemos algo fuera que nos obligue a pensar en algo diferente, no lo elaboramos por convicción social o por beneficios, porque es una moneda que está al servicio de una red social de apoyo mutuo y tiene otra manera de funcionar. Esto es como el obstáculo de esta sociedad tan lineal, las cosas las pensamos de manera lineal, no global. «Ya no quiero esta mesa, no me sirve, quiero otra». No pensamos en su proceso de producción, en los materiales que contiene, los árboles que se cortaron, ni en las personas que trabajaron en ella. Creemos que la sociedad está a mi servicio, y no yo al servicio de la sociedad. Soy yo y la sociedad, no somos una colectividad decidiendo juntas cómo queremos que sea nuestra vida y nuestros intercambios tanto económicos, como de servicios, nuestra relación y apoyo mutuo. No tenemos ni idea de cómo es esto, y da miedo, como esta pandemia que nos toca vivir.

La pandemia está siendo también sinónimo de consumo, gasto e individualismo.

–Llegó en el momento en el que estaba emergiendo todo lo que tenía que ver con el cambio climático, el movimiento feminista y la emergencia de lo colectivo, y nos mandó a todo el mundo para casa, encerrados, nada de movimientos sociales, nada de juntarse, nada de comunicación. Esto es una devastación de lo que hemos estado construyendo durante tantísimos años. La información es lineal, hay miedo y entonces se acaba la libertad. No tenemos un espacio de conversación donde poder profundizar en nuestros pensamientos.

¿Qué otras consecuencias cree que nos está dejando esta situación?

–Su impacto no lo sabremos hasta dentro de 5 ó 10 años. Aún estamos a tiempo como sociedad y podemos ir para cualquier lado, salir más hacia una socialización o a un mayor individualismo, pero va a ser una reacción de saturación, no una acción de forma meditada. Las reacciones no siempre aciertan en su proyección. Es como decir: «no quiero esto, pero no sé lo que quiero». Y para saber construir, hace falta saber lo que se quiere.

La crisis del 2008 repercutió en la mentalidad de las personas, en la forma de vida de aprovechamiento y vuelta a lo rural, ¿se puede hablar de otra crisis?

– Sí, esta es una crisis a nivel de la construcción social, pero no se dice. Ya nos costaba organizarnos antes, y ahora o son las redes sociales, o no existe. Esa manera de entender cada día lo que es vivir, también lo están destrozando. Estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos, de dialogar y la capacidad de incidir en nuestra propia vida desde las decisiones que tomamos. Esta devastación tiene un punto perverso porque la imponen en base al cuidado y la salud, no es real. Están haciendo responsable a la persona de lo que pase a nivel mundial.

¿Piensa que es necesaria una respuesta diferente a la que se está dando?

Como movimientos sociales y de izquierdas nos deberíamos plantear cómo queremos sostener a la ciudadanía en los siguientes decenios. Debemos crear una estrategia como izquierda que tenga sentido para sostener todo el proceso de recolectivizarnos de nuevo, tomar decisiones colectivas dejar de creer en partidos y élites, porque eso ya no funciona. Como humanidad ya no estamos ahí. Los patrones son viejos. Los políticos pierden el tiempo se pelean entre sí, acusándose mutuamente, pero no están trabajando por lo que verdaderamente hay que trabajar. Les hemos elegido para que se pongan de acuerdo, no para esto.

 

 

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